sábado, 6 de junio de 2015

Escritor y transgresor: Maurice Sendak





"Cuando mi padre me leía, yo me recostaba sobre él y y me volvía parte de su pecho o de sus brazos. Y yo creo que los niños que son abrazados y sentados en las piernas -deliciosamente acariciados- siempre asociarán la lectura con los cuerpos de sus padres, con el olor de sus padres. Y eso siempre te hará lector. Porque ese perfume, esa conexión, dura para toda la vida".

Maurice Sendak (1928-2012)


Su libro: «Donde viven los monstruos» causó muchísimo revuelo entre padres y pedagogos, y hasta fue denostado por encumbradas figuras como el célebre psicólogo infantil Bruno Bettelheim a quien Sendak llamaba irónicamente Beno Brutalheim debido a que, sin haber leído el cuento y solo guiándose por los comentarios de algunas madres, escribió un artículo en el que demolía el libro. Básicamente todos ellos criticaban la rebeldía del protagonista y presuponían que la historia atemorizaría demasiado a los niños, dada la manera tan manifiesta e impactante en que aparecían dibujados los monstruos, la furia, el miedo y la potente imaginación infantil. Algunos adultos, influidos por un exceso de psicologismo, objetaban el hecho de que presentaba una madre excesivamente severa. En fin, hubo toda clase de reparos ante este texto que era innovador, diferente e incómodo, fundamentalmente para los adultos, porque transgredía las esquemáticas delimitaciones –-un debate todavía vigente–- de aquello que se consideraba un libro de cuentos "adecuado" para los niños.

Sendak tuvo que discutir mucho con su editora. Sobre esos desacuerdos previos contó en una entrevista: 
"Bueno, yo solamente te daré un ejemplo ridículo. El equipo completo de la editorial intentaba persuadirme para que cambie la palabra "caliente" por la palabra "tibio" en la última página del libro. Porque "caliente" podía asociarse con "quemar". Esto iba a quemar al niño. Yo no podía creerlo. Sin embargo esto se convirtió en una verdadera batalla por una palabra, y yo la gané. [...] Solamente traté de transmitirles cuán insulso sonaba "tibio". No tenía emoción. No tenía dramatismo. Todo en el libro está "caliente"


En la última imagen del cuento vemos a Max al final de su travesía, en su habitación. Él lleva su mano a la cabeza, la capucha con orejas está a medio salirse y por primera vez queda al descubierto su cabello que asoma por debajo del traje de lobo que tiene puesto a lo largo de todo el relato. Advertimos que se trata de un niño.  Tiene los ojos entrecerrados. La expresión de su rostro ahora se ve relajada, como la que se tiene después de haber pasado por una experiencia placentera. En su cuarto todo está igual que antes de empezar el viaje, excepto la mesa junto a la ventana. Ahí hay un cuenco con una cuchara, un vaso y un plato con una porción de torta. Y al girar, la siguiente página está en blanco, no hay ilustración, solamente un texto muy breve. Esa última línea del cuento dice: "y todavía estaba caliente."



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