Hace hoy 150 años nacía el
mejor cronista del París bohemio de finales del XIX, un pequeño gran artista...
Su nombre y apellidos eran más grandes que su cuerpo. Henri Marie Raymond de
Toulouse-Lautrec apenas
medía metro y medio, pero cada centímetro de su diminuta y deforme anatomía era puro
genio. Nadie como él supo retratar el París bohemio de
finales del XIX: sus cafés,
teatros, cabarets, burdeles...
Sus
primeros pasos los dio en la localidad francesa de Albi en el seno de una familia aristócrata. Sus padres, el
conde Alphonse de Toulouse-Lautrec-Montfa y Adèle Tapié
de Celeyran, eran primos
hermanos.
Una anomalía congénita impedía que los huesos de Henri
crecieran con normalidad. A ello se sumarían dos
fracturas en los fémures de ambas
piernas entre 1878 y 1879. Es así que sus piernas dejaron de crecer.
En 1881 Toulouse-Lautrec se traslada
a París, dispuesto a triunfar como pintor. Se forma en el estudio de Léon
Bonnat, primero, y en el de Ferdinand Cormon, más tarde. Allí conocería a
Vincent van Gogh.
Fue Degas el pintor que más le influiría –se aprecia, por ejemplo, en su
afición por retratar carreras de caballos–, pero nunca le sedujo el impresionismo.
El paisaje que más le interesaba era el de París
la nuit.
Otra
de sus grandes pasiones fue la
estampa japonesa, cuya huella es
muy evidente en su trabajo. Sus litografías
y carteles publicitarios son
los que más fama le dieron.
Montmartre era una fiesta:
Fue,
desde 1884, uno de los vecinos más célebres de Montmartre.
Allí coincidieron muchos de los grandes del arte, entre ellos Picasso (podría decirse que en el Bateau-Lavoir
nació la pintura moderna, con «Las señoritas de Aviñón»).
Los
lugares de trabajo habituales de Toulouse-Lautrec fueron el Moulin Rouge del que era uno de sus mejores
clientes, el Mirliton, el Moulin
de la Galette o Le Chat Noir. Hizo muchos carteles de estos locales para
promocionar sus espectáculos. Conoció y retrató a empresarios, cantantes,
bailarinas, actrices, vedettes.
Una
de sus modelos fue Yvette
Guilbert (con sus inseparables
guantes largos negros). En sus retratos la envejecía, la deformaba. La actriz
llegó a escribir al pintor: «¡Por amor de Dios, no me haga tan atrozmente
fea!».
También
posaron para él Jane Avril, May
Belfort, Louise Weber (artísticamente, La
Goulue), Jacques Renaudin (más conocido como Valentín
«el deshuesado»), Cha-U-Kao,
estrella del circo.
Retrató
a Aristide Bruant, cantante y dueño del Mirliton, Lo hizo con capa y sombrero
negros y una bufanda roja al cuello en una de sus más célebres litografías.
El
Mirliton fue uno de los locales más populares de Montmartre, donde
Toulouse-Lautrec llegó a exponer sus obras.
Oscar
Wilde fue otro de sus retratados. Le encargó que ilustrara el programa de mano
del estreno en París de su obra de teatro «Salomé».
Toulouse-Lautrec
era un habitual de los
prostíbulos parisinos: las chicas que trabajaban en ellos solían posar para él
mientras se bañaban, se vestían o desvestían. Las amantes y prostitutas se
sucedían en su vida. Una de ellas fue Suzanne
Valadon, artista y modelo de buena parte de los artistas del Montmartre de la
época.
Completamente alcoholizado –se refugiaba en la absenta para
olvidar sus sufrimientos– y, tras varios internaciones en clínicas a causa de
la sífilis, de sus neurosis e incluso de un intento de suicidio, Toulouse-Lautrec murió prematuramente, a los 37
años, en 1901. Su madre, la condesa Adèle de Toulouse-Lautrec, quiso perpetuar
la memoria de su hijo en su ciudad natal dedicándole un museo con su nombre.
El
30 de julio de 1922 se inauguraba la Galería Toulouse-Lautrec en el Palacio de la Berbie (siglo XIII) de
Albi. Allí se atesora la colección más importante de este artista. Más de mil
obras, entre cuadros, litografías, dibujos y estudios preparatorios,
carteles... El cine le inmortalizó en varias ocasiones. La última,
en el «Moulin Rouge», de
Baz Luhrmann, el artista fue interpretado por John Leguizamo.
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