Benito Quinquela Martín nace en Buenos Aires el 1 de marzo de 1980 y fallece en la misma ciudad el 28 de enero de 1977. Su nombre de nacimiento fue Benito Juan Martín. Hijo de una madre desconocida que lo abandonó en la Casa de Niños Expósitos, siete años después fue adoptado por la familia Chinchella, dueños de una carbonería.
Quinquela Martín es considerado el pintor de puertos más popular del Barrio de La Boca. Sus pinturas muestran la actividad, vigor y rudeza de la vida diaria portuaria.
Le tocó trabajar de niño cargando bolsas de carbón y dichas experiencias influenciaron la visión artística de sus obras.
Exhibió sus obras en varias exposiciones realizadas en la Argentina y en el extranjero.
Logró vender varias de sus creaciones y otras tantas las donó. Con el beneficio económico obtenido por estas ventas realizó obras solidarias en La Boca, entre ellas, una escuela-museo.
No tuvo una educación formal en artes sino que fue autodidacta, lo que ocasionó que la crítica no fuera siempre positiva.
Su principal instrumento de trabajo fue la espátula y con vigorosos golpes lograba una pintura rápida, de gran fuerza en el trazo. Demoraba poco en crear un cuadro pero muchas horas en idearlo. Partía de un sólido conocimiento de su medio, de su atmósfera y de la dinámica del paisaje que iba a ilustrar. Con carbonilla hacía un bosquejo que después rellenaba con color. Comenzó utilizando el pincel pero, a partir de 1918, lo reemplazó por la espátula.
Al cerrar La Peña, Quinquela comenzó a recibir a sus amigos en su atellier (en el tercer piso del actual Museo de Bellas Artes de La Boca). Para la gente común, preocupada por las cosas materiales, esta gente vivía en estado de locura.
Ellos sabían de esta opinión y la aceptaban con humor. Se aceptaban como "locos” y se evadían de aquellos que se decían cuerdos. También de los egoístas y de los calculadores.
Para contrarrestar la vanidad de los cuerdos, estos locos decidieron tener honores, por lo que Quinquela creó en 1948 La Orden del Tornillo como marco travieso. Dió, así, irónicamente, coherencia a la locura.
Bajo en el manto de un fino humorismo se ocultaba una intención seria: todos los miembros de la Orden debían ser cultores de la Verdad, el Bien y la Belleza.
La incorporación de nuevos miembros, tanto hombres como mujeres, se convirtió en una fiesta esperada. Quinquela entonces se colocaba su uniforme de mariscal y hacía entrega al “Atornillado” de un diploma que lo acreditaba como tal, junto a un simbólico tornillo. Todos los distinguidos recibían la advertencia: ”Este tornillo no los volverá cuerdos, muy por el contrario, los preservará contra la pérdida de esa locura luminosa de la que se sienten orgullosos.” A continuación, y alrededor de una gran mesa con mantel de papel blanco, brindaban con vino y comían fideos de colores…
NOTA: LLegue mi reconocimiento a Ranco Sevia Sevia, autor de la foto que ilustra la presente publicación, por permitir compartir su obra en este espacio. Gracias por tal generosidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario